Era verano. Agosto. Los
árboles del monte
paseaban su sombra
encima de mis páginas;
mi mano temblorosa
seguía un horizonte
de letras y de estío,
de sueños o de lágrimas.
Era un pequeño pueblo
de aquel Madrid amado
(mis quince inquietos
años en su encanto bebían),
y el corazón abierto,
virgen y apasionado
caminaba entre nubes
que en el sol refulgían.
Leyendo a mis Poetas
pasaba los veranos;
entre versos y rimas sentíalos
cercanos,
y en los largos
crepúsculos esperaba anhelante…
Y aunque nadie
construye el ajeno camino,
vi a Nervo y a Machado
dibujar un destino,
y alumbrar mi sendero,
dos pasos por delante.
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10-07-2010
(Dedicado al pueblo de Torrelodones,
Madrid, 1.956)