Tubérculo de sayo
franciscano,
con toques húmedos de
tierra parda;
miras arriba si la
lluvia tarda,
recelando calores de
verano.
Tu linda flor, airosa,
otea el cielo;
se endereza, olfatea,
vuelve y gira;
y en la brisa, la
planta ya suspira,
por la lluvia bendita,
que es su anhelo.
Tan sólo en loza blanca
tu alma cabe,
cual moza de cocina,
que no sabe
de mesa rica y de
mantel de lino.
Y el humilde, al calor
de su brasero,
con timidez te acerca
su salero,
y acepta tu convite
alabastrino.
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02-06-2010